Su primera canción de cuna fue una cumbia. Después, cuando Naranja Dulce sale de gira a buscarse un futuro, Elisa —entre la plancha y el rociador— elige otra música. Sin grandes anhelos, acepta una invitación que promete un paisaje diferente y algunas palabras en inglés. Pero el diablo se interpone y empuja su destino hacia el norte. Allí́, una voz de niña de piedra y el silbido de un viejo la alertan del peligro. Elisa siente la amenaza en el cuerpo, y solo aliviará su pena cuando encuentre sus propias palabras.

En siete poemas, días y noches encarnando a Penélope, modelo de la espera, se teje y se desteje verso a verso el viaje, una odisea, hacia el interior.

¿Qué hacer, dime, si Ulises vuelve ahora?

 Penélope se prepara tendiendo «el lecho sin una arruga / como recuerdo que a él le complacía». Elige un vestido, las velas, los perfumes y las aves para la cena. Pero no pasa nada. Los días y las noches se suceden en orden y el presagio del sueño no se cumple, Ulises no regresa. ¿Cómo conocer la espera? ¿Cómo saber cuánto hay que esperar? El tiempo de Penélope está marcado por su cuerpo. Su cuerpo anhela, se viste, se calza y se baña en algas aromáticas, y mientras se prepara, flota; pero encalla y se estorba, y lo fresco se marchita en la espera, en los preparativos sin objeto. Tejiendo a Penélope, Wiethüchter le descubre el cuerpo, el otro lado de la historia.

Una plaza. De pronto, una chica pasa corriendo y se sube a un árbol. Detrás aparece un chico: la busca, la llama. Ella no se deja ver. Darío, un trabajador de la construcción, y Leonor, una vecina, serán testigos de esta huida e irán comprendiendo lentamente el miedo que inunda a Mara, la chica pájaro que duerme en el árbol, pendiente de una tela del color del cielo. Con el tiempo, ambos van a descubrir por qué Mara duerme en el árbol y qué es lo que evita que vuelva a su casa.

A través del lenguaje de los sueños, del hilo que enreda y desenreda sentimientos, Emma se desnuda y nos revela lo más profundo e íntimo de su ser.

Como un eterno adiós que desgarra y consuela, a través de etéreas metáforas preñadas de evocadores significados, nos recuerda, con esa voz atemporal de la lluvia y del viento, que "no se aleja quien nunca se va".

Para Camilo no ha sido fácil el paso de la infancia a la adolescencia: la magia de ser niño se disolvió poco a poco y surgieron el desconcierto, las pesadillas y el deseo de aislarse. Un juego en internet se convierte en su única guía para transitar por el mundo, y su habitación, un refugio en el que, sin embargo, constantemente imagina futuros aterradores para la raza humana. En medio de esas circunstancias Camilo toma una importante decisión, pero la llegada del coronavirus transforma su vida y la de todas las personas a su alrededor.

Con una prosa envolvente, que atrapa al lector desde el primer momento, Alejandra Jaramillo entreteje el pasado y el presente con escenarios distópicos, para resaltar la importancia de comunicarnos con nuestros seres queridos en medio de un mundo cada vez más extraño.